21 noviembre 2007

CUENTO PARA NIETOS SIN EDAD

Cuando noté que se habían acercado lo suficiente. Desde mi cómodo sillón del patio, dejé deslizar hacia ellos, una imantada pregunta.
—¿Saben que los números tienen magia?
La pequeña Lucía abre sus enormes ojos azules, no duda en arrimarse.
—Contanos abuelo, contanos –Me dice–.
Los otros, el resto de los nietos, que conocen el poder de convicción de su primita, y mi excesiva predisposición, se acomodan. El ritual del cuento vuelve a repetirse. Esta vez, el sábado de cumpleaños evoca la conciencia del tiempo, y parece instalarse en los doce nietos, haciéndolos formar un casi perfecto semicírculo a mi alrededor.
Endurezco la mirada, y mi dedo índice semiencorvado, los apuntaba a todos para decir:
—Hora de abrir los ojos de ver profundo, y de agudizar los oídos para oír lo invisible.
Bastaba esas palabras para que los niños se enciendan de colores y crezcan en entendimiento. Podía empezar así, o decirles que «era la primera vez que alguien iba a escuchar esto» o usar otras formas similares, la idea era lograr un efecto magnético.
Me acomodo al sillón, como para no estar tan aferrado a el. Y empiezo:
—Como ya saben, soy parte de una familia de ocho individuos. Papá, mamá y seis hermanos. Yo, el más chico de todos. Así, por accidente, me he ganado ser el número ocho. Ese es mi número –Les explico que era un juego imaginario, donde a cada miembro de la familia yo le asigno un número– Y no hay forma de hacer trampa, es por riguroso orden de antigüedad. Así, mi papá, era el uno; mi mamá, el dos; mi hermana mayor, el tres; la que le sigue, el cuatro; y así sucesivamente. La forma que adquieren ellos, es la de sus correspondientes números. Pero yo, no me quiero quedar con sólo eso. Me obligo a asignarles un color a cada uno. Para ello imagino un arco iris y ahí los ubico. Esta vez sí, en cualquier orden. Dicen que son siete los colores de ese fenómeno, no importa, invento un color para alguno de ellos. Y como el más pequeño, debo hacer valer mis caprichos como justos derechos. Que el verde sea mío, y todo está bien. Total, nadie sabe de mi juego.
Mi ocho es verde y siempre lo será, como el árbol de las hojas perennes.
El ocho verde es mi antifáz en las picardías, es el grillete prisionero del castigo injusto. Son mis alas de vuelo y mi hélice a la hora de soltar y volar la creatividad. Pero me gusta más, mucho más pensar que por cada uno de los huecos del ocho, puedo mirar tanto por el de arriba como por el de abajo mi pasado, mi futuro, y viceversa. A veces, me tiento y miro los futuros y pasados de los otros, los sé al de todos pero nunca nada les digo.
Mientras yo hablo, ellos, mis nietos, van jugando a que crecen y todo lo entienden, Marcos y Paula, llegan a una presencia adulta de treinta y pico de años. Los otros van variando de edad según les moviliza lo que les voy contando.
—¿Y los otros números qué hacen?
Pregunta Lucía inquieta, acaba de aterrizar en unos quince años, y ha calculado, según mi tabla, que su número es un tres.
Hago un gesto con mi cabeza, como diciendo que acabo de llegar esa parte.
—Les cuento.
Introduzco cualquier número primero, y sigo aleatoriamente con cualquiera (...quiero dejar el tres de Lucía para el final).
—Por ejemplo el seis –y lo dibujo en el aire lentamente– tiene un ojo espía en su panza y una manija en la cabeza, el hueco del seis, nos deja ver los colores de toda gente. El siete, número de los dones, trazado al vuelo de abajo hacia arriba, tiene el suelo en el techo. Debe ser así, porque sus pies se apoyan en el cielo.
En el transcurso del relato. Algunos de los nietos ya alcanzando una sobrada adultez. Y alternan sus edades, según yo voy dificultando la conversación. Lo cierto es que nadie se pierde nada. Eso es parte del poder mágico de los números expresados en presente en clave de recuerdo. Se prenden, si quieres, en las edades de cada entendimiento.
—El uno manda es una flecha apuntada a nuestros nortes más profundos. El dos, también manda, muy apoyado en la tierra, asoma la cabeza del cayado de un pastor. El cinco, es metamórfico, puede ser un rojo gancho, o una hoz, o un signo de pregunta, a veces es una «ESE» como la de la misma sabiduría. El cuatro posee la cardinalidad, apunta al cielo, a la tierra, el este y al oeste, y se quiebra en las uniones, para aparecer en todas partes.
Mientras termino esa descripción, dibujo lentamente esa cifra en una imaginada pizarra de la nada. Para hacer cómplices con mi mirada, al resto de los niños crecidos, del Tres que se viene.
—El tres es el número de... (jrrrmmmm)
Me hago el que toso. Y Lucía, que ni siquiera pestañea, contiene el aire.
—El tres es el número de Dios.
Arranco nuevamente. Para disfrutar, por dentro y enormemente, de su exhalación sin disimulo.
—El tres es un número, que contiene muchos otros, con un tres y un espejo haces un ocho. Con el mismo número cerrando el ojo de abajo hago un seis, y si cierro el de arriba, hago un nueve que es tan bueno como el seis. Si se mira para el otro lado, es una «E» como la que tiene la estrella. Y si apunta para abajo es una «EME» como la de una mamá. En esta misma posición, a su vez, dibuja la parte de arriba de un corazón, o sea, las aurículas que lo hacen latir.
Lucía sonríe y piensa:
—(Todo eso soy)
Da vuelta su tres muchas veces. Y suma tres veces el treintra y tres. Siente el peso y la alegría de vivir casi un siglo.
—¡¡¡Todo eso soy!!!. Suelta emocionada, Lucía, y esta vez lo dice en voz alta.
—No hay ochos entre nosotros abuelo.
Me dice, interrumpiendo, el «sabandija» de Camilo, que acababa de igualarse a mi edad.
—Usen su imaginación y a sus números denles el poder que quieran, y sean inmortales.
—¿Inmortales?
Su excepticismo, fruto de conocer casi todas las ciencias, me abruma. Adivino su pensamiento inquisidor, como el de un verdadero cuatro amarillamente intenso.
—Con nuestros ochenta, abuelo... El tiempo ya nos hizo lo suyo ¿...no?. Inmortales bahh, vuelve a murmurar por lo bajo...
Estamos casi en el umbral del adiós.
Me llega su luz, y recurro a sus mismos argumentos, sustentado en todas sus ciencias.
—Es cierto, Camilo, el tiempo nos ganará la pulseada de la vida terrenal. Este ocho (señalándome con mi propio pulgar) se tumbará y caerá, pero, paradójicamente, habré vencido al tiempo... porque seré otro número, seré todos los números, esta vez invencible, porque ese ocho representará al infinito...

18 noviembre 2007

ATILA Y OTHAR




Atila era el rey de los Hunos, hijo del rey Mandzuk. Por su crueldad y ferocidad en occidente le llamaban el "Azote de Dios"...
El mismo decía que donde su caballo (Othar) pisaba nunca más crecía hierba. Algunos historiadores cuentan que posiblemente Othar tenía al costado de su montura bolsas perforadas de sal . Entonces iba soltando sal a su paso. Luego difícilmente crecería algo por ahí...
(¿sería alguna costumbre huna de hacer caminos?)

10 noviembre 2007

ELITE DRAGON • GUERRERA DEL DESIERTO




Casi todo en lápiz de grafito
y toque de luces en photoshop...

02 noviembre 2007

JUGAR A ELEGIR PARA JUGAR A SER





Escarbo en la memoria de la infancia para descubrir mis juegos preferidos.
Me encuentro con muchos, con los buenos y con los malos, los largos y los cortos, los tediosos y los divertidos, los que son de colores y los otros más comunes. Pero me sorprendo, gratamente, con el mundo de los juegos inventados por mi. Estos son mis preferidos. Según pasa el tiempo, estas creaciones son más y más sofisticadas. Me alegro más, cuando entiendo que estas materializaciones de la pura imaginación son manejadas con el grado de maestría. Y claro, son mis reglas, adaptadas a nadie más que a mí.
Otros manipuladores juegos psicológicos, también perfeccionados, me hacen escapar cómplices sonrisas. Sobre todo por ese, que me hace pasar inadvertido casi todo el tiempo, para aparecer desplegado y brillante al lado de la elegida de turno para sorprenderla y enamorarla.
Cuando intento dar por cerrado el trabajo de acordarme de las lúdicas horas de cada etapa de la vida, me dan unas ganas locas de jugar. Y son tan fuertes las ganas, que equivoco a propósito el paso y entro más profundo. Entonces, me encuentro con muchos «yo». Con uno de 5 años, desarmando el juguete de las luces. Con otros tantos de 6, 7 y 8 que quieren jugar a esconderse. Mientras que un sombrío de 9, animado por el grandote de 16, se ocultan detrás de una hoja de papel y un lápiz trazando intrépidas máquinas y armas de los innumerables nuevos héroes que salen de esas imaginaciones. El de 10, quiere jugar a la pelota, no es hábil pero lo motiva imaginarse ser un nuevo crack del club de sus amores. El otro tiene un año más, y empieza a jugar en lo más profundo de su corazón que se enamora. El de 12, se revela, es el terror del barrio. El que le sigue, lo mira sobradamente, cuestionándolo. El de 14, era mejorcito, pero la soledad lo abruma, sueña juegos dónde él es el amo del mundo. El de 15, conoce que un beso no es un juego y enloquece de gusto. El de 17, es tímido, pero suena en las cuerdas de un piano que lo hacen jugar vibrando la música en su alma con los sonidos que va descubriendo. El de 18, se desdibuja un poco, no se qué hace, por que no sabe qué quiere. El de 19, lo visten de verde y le ponen un fusil, es obligado a jugar a una estúpida obediencia. Y los otros, los siguientes, no están, no juegan o no los veo. Ya sé, los descubrí. Se están olvidando de jugar. ¡Piedra libre para todos! Grita un joven futuro yo, más sabio y lleno de luz. Nos convoca y decido jugar con todos a las «descubridas». Soy todos ellos, aun los invisibles de los casi últimos 20 años. Los pasados y futuros se convierten en mi propio presente, los animo a todos desde esta eternidad, los concilio en mi, soy todos ellos, los cuido, los elijo, trasciendo y soy feliz por eso.

MOTO KANEDA • GHOST RIDER



Un Crossover Manga y Marvel... Kaneda (de Akira) y el Motorista Fantasma